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El intrincado viaje de la movilidad social: Entre el ser y el llegar a ser

Foto del escritor: Lic. Gerardo GuerreroLic. Gerardo Guerrero

En el laberinto de la existencia humana, donde la lucha por la supervivencia se entrelaza con la búsqueda de significado, surge la cuestión inevitable de la movilidad social. ¿Qué es lo que impulsa a un individuo a trascender las cadenas invisibles de su clase, a desafiar los muros que el destino ha erigido a su alrededor? Este proceso, en el que uno se ve forzado a confrontar sus propias limitaciones y las de su entorno, es un testimonio de la capacidad humana para reconfigurarse a sí misma, un eco de la afirmación nietzscheana de que podemos llegar a ser lo que aún no somos.


Pero el camino hacia esa trascendencia no es sencillo, pues está plagado de dudas, miedos y, sobre todo, de una confrontación interna que en muchos casos parece insuperable. La conciencia de clase, entendida aquí no como una mera categoría social, sino como un estado de despertar psíquico, emerge como un prisma a través del cual cada individuo debe enfrentar las diferentes realidades que se entretejen en la estructura social. Es, en palabras de Viktor Frankl, una búsqueda de sentido dentro del sufrimiento, una rebelión contra la aparente futilidad del destino asignado.


Desde la más temprana infancia, el ser humano es moldeado por las fuerzas a su alrededor, tal como Franz Kafka ilustraba en sus historias de opresión y alienación. La percepción de la realidad que cada individuo forma está contaminada por su contexto, por las historias de escasez o abundancia que han tejido los hilos de su existencia. Esta percepción, distorsionada a menudo por un sesgo cognitivo, puede llevar a uno a aceptar su condición sin cuestionarla, sin atisbar siquiera la posibilidad de otro camino. Aquí, la dialéctica materialista se encuentra con las profundidades freudianas de la psique, donde las pulsiones reprimidas y los deseos insatisfechos emergen, provocando una crisis interna que puede tanto destruir como redimir.


El cerebro humano, ese órgano magnífico y misterioso, es capaz de aprender y reaprender constantemente. La neuroplasticidad es la base biológica de nuestra capacidad de transformación, una esperanza intrínseca de que no estamos condenados a permanecer en el estado en el que nacimos. Este potencial de aprendizaje, sin embargo, no es suficiente por sí solo. Requiere de un acto consciente, de la voluntad de enfrentar lo desconocido y de la disposición para destruir las creencias limitantes que se han arraigado en lo profundo de nuestra mente. Aquí, la visión de Carl Jung del proceso de individuación se hace relevante, sugiriendo que la verdadera movilidad social no es solo una cuestión de ascender en la jerarquía económica, sino de integrar todas las partes de uno mismo, confrontando tanto la sombra como la luz.


En esta lucha, la capacitación emerge no solamente como un medio para adquirir nuevas habilidades, sino como un proceso de autodescubrimiento y autoafirmación. No se trata simplemente de aprender a ejecutar una tarea con mayor precisión, sino de desmantelar las estructuras internas que nos limitan, de liberar nuestro potencial reprimido. Cada etapa de la capacitación —el dominio cognitivo, psicomotor y afectivo— refleja una faceta de esta lucha interna. En el dominio cognitivo, uno debe enfrentarse a las limitaciones de su conocimiento y a la necesidad de ampliar sus horizontes. En el dominio psicomotor, la práctica repetitiva se convierte en un ritual de transformación, en el que el cuerpo aprende lo que la mente ha entendido. Finalmente, en el dominio afectivo, se trata de reconfigurar nuestras emociones, de alinear nuestros valores con nuestras acciones.


La movilidad social, por tanto, no es un simple ascenso en la escala económica; es un proceso profundo y complejo de autotransformación. Es la confrontación con la realidad material que, según la dialéctica marxista, determina en gran medida nuestra existencia, pero que, como Friedrich Nietzsche nos recordaría, no debe ser aceptada pasivamente. En este proceso, la conciencia de clase se convierte en una herramienta crucial, un faro que ilumina el camino a seguir, permitiéndonos ver más allá de las limitaciones impuestas por nuestro origen y nuestra formación.


La historia de la movilidad social es una historia de lucha, de confrontación entre lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Es un viaje heroico, en el sentido más profundo del término, donde cada individuo debe enfrentarse a sus demonios internos, a las fuerzas externas que intentan mantenerlo en su lugar, y a la angustia existencial de no saber si, al final, todo el esfuerzo valdrá la pena. Pero el verdadero valor no reside en el resultado final, sino en el proceso mismo, en la capacidad de seguir adelante, de aprender, de crecer y de ser, en última instancia, el artífice de nuestro propio destino.


Así, la movilidad social no es solo un reflejo del cambio externo, sino una transformación interna, un viaje hacia el autoconocimiento y la autoafirmación. Un recordatorio constante de que, aunque nacemos en condiciones desiguales, no estamos condenados a permanecer en ellas. Podemos, si tenemos la valentía y la determinación, convertirnos en lo que aún no somos, trascender nuestras circunstancias y, en ese proceso, descubrir la verdadera libertad que surge cuando tomamos control de nuestro propio destino.


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