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Ah, el tiempo, ese recurso aparentemente inagotable del que nos creemos dueños y señores. No es que el tiempo no alcance; es que nuestras excusas son infinitas y, para ser francos, bastante creativas. Aquí estamos, esperando a que el universo nos regale una señal, un empujoncito, un milagro, mientras desperdiciamos cada segundo precioso de nuestra existencia, como si el tiempo fuera una reserva infinita y no mereciéramos disfrutarlo plenamente.
Las horas del día son más que suficientes, pero nosotros, los maestros del autoengaño, siempre encontramos excusas para posponer. Porque, claro, es mucho más cómodo y fácil quejarse de la falta de oportunidades que tomarse la molestia de crearlas uno mismo.
Nos hemos dado el lujo de evitar el esfuerzo necesario para cambiar nuestras circunstancias. La procrastinación es nuestra mejor amiga, esa vieja compañera que siempre está ahí para recordarnos que mañana será un mejor día para empezar. Porque, seamos honestos, ¿quién tiene energía para hacer algo hoy? Mejor esperar ese instante mágico, ese momento perfecto que posiblemente nunca llegue. Porque, sorpresa, ¡ni siquiera sabemos si habrá un mañana!
Es irónico cómo justificamos nuestra inacción con una serie de excusas tan elaboradas que podrían ganar un premio a la mejor narrativa. "No tengo tiempo", decimos, mientras pasamos horas en redes sociales. "No estoy listo", nos repetimos, aunque nunca damos el primer paso para prepararnos. "No es el momento adecuado", aseguramos, mientras el reloj sigue su marcha implacable.
Vivimos en una época donde la inacción se ha vuelto un arte. Somos los Da Vinci de la dilación, los Shakespeare de la justificación. Y mientras tanto, la vida sigue su curso, imperturbable, sin esperar a que decidamos que ya es hora de ponernos en marcha. Pero no, preferimos quedarnos en nuestra zona de confort, donde la responsabilidad es una palabra que no se pronuncia y el esfuerzo es un concepto ajeno.
¿Será que tenemos miedo? ¿Miedo de fallar, de no ser suficientes, de enfrentar la cruda realidad de que el tiempo no espera por nadie? Probablemente. Pero también es cierto que el miedo es una excusa más en nuestra vasta colección. Porque, al final del día, es más fácil temerle al fracaso que atreverse a triunfar.
Así que aquí estamos, en este ciclo interminable de excusas y procrastinación, esperando ese empujoncito del universo que, spoiler alert, nunca va a llegar. Porque la verdad es que el universo ya nos ha dado todo lo que necesitamos: tiempo, oportunidades, y la capacidad de tomar decisiones. Lo único que falta es que dejemos de lado nuestras excusas y empecemos a actuar.
Queridos lectores, la próxima vez que se encuentren buscando una excusa para no hacer algo, piensen en esto: el tiempo no se detiene, las oportunidades no se esperan, y la vida no se vive desde la comodidad de la inacción. Es hora de levantarse, desafiar la pereza, y tomar el control de nuestro destino. Porque, en el gran esquema de las cosas, el mayor engaño es creer que siempre habrá un mañana.
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